#01 | Kenia
En realidad no sabía a dónde iba. Las casualidades definen a menudo los grandes viajes.
Cuando decidí embarcarme en mi aventura africana no tenía ni idea de lo que me esperaba. Nunca había salido de Europa, y parecía evidente que África sería diferente.
Mi viaje comenzó en Kenia. Había buscado un país de habla inglesa y el destino me llevó a fijarme en un proyecto de cooperación en una pequeña y remota isla en pleno Lago Victoria.
En Mfangano Island descubrí el lento transcurso del tiempo y conviví durante dos meses con una decena de voluntarios españoles y 140 niños. Aprendí a vivir al ritmo del amanecer y el ocaso, me divertí lanzando piedras sobre el lago y hasta vislumbré en la distancia un hipopótamo -lo que nos mantuvo fuera del agua unos tres días-.
Aquel período de tiempo supuso una enorme dosis de desintoxicación, calma, pausa. Trabajé por y para aquellos niños sin descanso, y en los ratos en que conseguía escaparme me sentaba a leer frente a la puesta de sol. Abrí bien los ojos, retomé la escritura y la inspiración regresó.
Conservo en mi mesa de trabajo un diario en el que recogí mis vivencias y reflexiones durante meses en África. Quizás algún día esos pensamientos vean la luz.
Tras unos intensos meses en el orfanato, decidí descubrir Nairobi durante unos días y aquello me devolvió a la realidad del mundo que conocía: bullicio, prisas, coches… Sin embargo, yo no formaba parte de ese caos. Había conseguido relajarme y disfrutaba del libre albedrío de la gran ciudad desde otra perspectiva.
Decidí pasar una semana en Lamu, en la costa del Índico. Me enamoré de su gente, de sus playas, del día a día. De su enorme cultura y la fuerza inquebrantable de su fe musulmana. Yo, que crecí frente al Atlántico, recogí en esta ocasión algunas de las historias que me marcaron profundamente frente a un horizonte diferente:
Aquella isla me acogió y jamás quise apartarme de su vera, aunque tenía otros planes para los siguientes meses y opté por perseguir los objetivos que me había marcado.
Regresé a Nairobi y disfruté de un safari de tres días en Masai Mara. Cuanto más tiempo pasa y más lejano quedan aquellos momentos, más reales e impresionantes me parecen. ¿Qué hubiera sido de África si no nos hubiéramos cargado su fauna de la manera en que lo hicimos?
Pasé unos días de vuelta en la capital, procesando todas las emociones vividas en tan poco tiempo. Me sentía vivo y una nueva aventura me esperaba: dirigir tres obras en una escuela para la ONG Kelele África, en una región rural al oeste de Uganda.
Durante mi estancia en Kimya (Uganda) escribí frente al lago Mwamba y con las Montañas de la Luna (bautizadas con ese nombre por H. M. Stanley) en el horizonte un bello texto para tratar de definir la belleza de aquel lugar. Nunca sabré si lo conseguí…
Aquel fue el inicio del resto de mi vida: gracias a aquella experiencia, un año más tarde regreso a Uganda para liderar un proyecto ilusionante. Un proyecto que te contaré con todo lujo de detalles en esta misma newsletter.