#02 | Kelele África
"Kelele" significa «grita» y también «ruido» en swahili. Allí comenzó todo.
Eva y Chelo llevan más de una década “haciendo ruido” en una pequeña región rural al oeste de Uganda. El proyecto de Kelele África es tan amplio que cuesta definirlo en una frase: han creado una escuela de primaria y una red de economía circular a pequeña escala, dando formación y trabajo a muchas personas de la comunidad. Un proyecto a largo plazo que a día de hoy ya recoge grandes frutos.
No obstante, si algo me fascina de ellas y su gestión es la naturalidad y la emoción de quienes dedican su vida por y para aquello en lo que realmente creen.
Un día de octubre, mientras paseaba frente a la orilla del Lago Victoria, Chelo comenzó a explicarme el proyecto. Lo que pude ver a través de su cámara del móvil me maravilló, e inmediatamente me imaginé en aquel paisaje de verdes intensos. Fue un amor a primera vista.
A finales de noviembre compré el billete con el asiento más caro del autobús que me llevaría de Nairobi a Kampala. Aunque presagiaba que nada iba a ser como parecía, aquel trayecto no tuvo desperdicio: pasé 21 horas con las piernas colgando sobre la escalerilla de acceso al bus, maldiciendo el momento en que había decidido pagar por “el mejor asiento”. ¿No quería aventuras? Pues doble ración.
En el paso fronterizo me denegaron la entrada a Uganda. Yo no llevaba dinero en efectivo y un empleado de la aduana decidió extorsionarme: o pagaba un precio desmesurado por imprimir unos papeles que en el móvil resultaban válidos, o me quedaba en Kenia en mitad de la noche. Cuando pensé que no tenía escapatoria, una chica suiza -éramos los dos únicos europeos del autobús- acudió a mi rescate y pagó mi parte. Nos teníamos fichados desde Nairobi, aunque hasta ese momento no habíamos intercambiado palabra alguna.
En los momentos de dificultad aparecen los grandes gestos entre viajeros. Gracias a ella pude pasar la frontera y acceder a Uganda, por lo que nada más llegar a Kampala saqué dinero, pagué el taxi hasta su hotel y la invité a comer. Aquel día aprendí muchas cosas.
Tras un par de días en Kampala, otro bus me llevó hasta Fort Portal, a una hora de mi destino final. No pude evitar que se me escapase una sonrisa al declinar la opción de los asientos caros, y viajé cómodamente en una de las filas de atrás. Fue mi pequeña revancha conmigo mismo, y bien que la disfruté.
Joanitah y María fueron a buscarme a la estación y me llevaron en coche hasta Kumwenya Eco School, la escuela de primaria de Kelele África. Allí conocí a Sandra y Nahuel, quienes se convirtieron inmediatamente en mis compañeros de aventura, amigos y confidentes. Paseábamos todos los días -a veces temprano en la mañana, casi siempre al atardecer- y hablábamos sobre nuestros miedos, sueños e inquietudes.
En paralelo, las obras comenzaron. Teníamos como objetivo construir dos dormitorios (niños y niñas) y un comedor/sala polivalente en el plazo de dos meses y medio. Me habían esperado y no había tiempo que perder.
En Uganda, debido a la pandemia del covid, los colegios habían estado cerrados casi dos años, tiempo más que suficiente para la desescolarización de muchos niños. De ahí surgió la idea de construir los dormitorios: el objetivo era aportar un nuevo hogar a los alumnos más mayores dentro de la escuela, tratar de recuperar el tiempo perdido y que pudiesen optar de nuevo a acceder a la escuela secundaria.
Aquellos meses supusieron una época feliz, aunque también pasé por momentos de dificultad y soledad. Viví en paz conmigo mismo, trabajé con dedicación y guiado por un propósito, conocí gente maravillosa y me guardé amigos para el futuro. En definitiva, había descubierto una nueva forma de vivir y de trabajar.
Lo que no sabía entonces es que, apenas un año después, todo tomaría sentido y regresaría con energías renovadas y nuevas motivaciones.
Esta semana se producirán avances respecto al proyecto de Masaka. Estoy a la espera de cerrar el contrato y definir la fecha de partida, ¡ya queda menos! Y por cierto, cómo fueron las obras de Kelele y su resultado final te lo cuento en la próxima edición. ¡Hasta entonces!
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