El pasado 1 de julio fue uno de los días más importantes de mi carrera profesional, y también uno de los más emocionantes de mi vida.
Rodeado de familia y amigos, con mis clientes entusiasmados frente al resultado del proyecto con que soñaron hace un año, expliqué con orgullo y alegría cada rincón de esta obra. Fue, sin duda, el colofón perfecto a unos meses de soledad, esfuerzo, ilusión y sacrificio.
En mi memoria quedan las lágrimas de Silvia mientras abrazaba a mi madre, la sonrisa cómplice de mis amigos, el baile de los niños y niñas que ocuparán a partir de ahora esas camas.
No ha sido la inauguración de una obra, sino la realización de un sueño.
Hace unos meses, Silvia me llamó para pedirme ayuda. Tras su anterior viaje a Uganda, en el que no coincidimos por poco más de un mes, tuvo claro que quería contribuir a un futuro mejor para los niños de las villas de Masaka. Meses después, por casualidades de la vida y gracias a la generosidad de Enrique Tomás, disponía de la financiación, pero necesitaba alguien sobre el terreno que lo hiciera realidad.
Acepté de inmediato.
Desde el primer momento fui consciente del reto que suponía a todos los niveles dirigir un proyecto tan complejo. Sin embargo, la idea de regresar a una tierra en la que fui feliz me embriagó. Al principio no sabía cómo nos íbamos a organizar, ni cuándo viajaría hacia Masaka, pero ya me sentía parte fundamental del proyecto.
Se cerraba el círculo que había iniciado con Kelele Africa hacía un año, cuando viajaba por el corazón de África sin pretensiones ni rumbo fijo. Todo tenía sentido de repente, sentí que estaba donde debía estar.
Sin Bosco, nada de esto habría sido posible. Con su dedicación y trabajo ha conseguido construir un hogar maravilloso, y me alegra enormemente comprobar que se siente orgulloso de haber mejorado la infancia de estos niños. - We have been solid like a rock, me dijo cuando dimos por terminada la obra. Juntos somos imparables y seguiremos construyendo un futuro mejor.
Tres meses, con la intensidad que un trabajo de lunes a domingo requiere e inmerso en una cultura tan diferente, desgastan mucho. No obstante, durante el camino he tenido la suerte de conocer a gente bonita que ha contribuido a que la balanza de esta aventura se incline hacia lo positivo. Y es que para ser sólido como un roca, quien escribe esta misiva ha necesitado del constante apoyo de los suyos.
Por eso hoy me sale del corazón dedicar estas palabras a mi madre, a quien le debo todo y por cuya felicidad y orgullo hago todo en mi vida. A Sebas, Emilio y Silvia por todos esos buenos ratos al teléfono mientras paseaba por el bosque al atardecer. A mi padre, que se ha querido involucrar e ilusionar con mis andanzas. Y a Marta, a quien eché de menos pese a que me acompañó en todo momento con sus sobres, sus ánimos y su enorme cariño desde la distancia. A todos, gracias.
Y es que la vida es camino, nada menos, nada más. Que lo que hoy empieza no se detenga aquí.
Rafa