#42 | Apagón
Esta mañana he estado investigando un poco y me he quedado fascinado con el siguiente dato: me podrías estar leyendo desde Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, Indonesia, India, Senegal, Uganda, Kenia, Paraguay, Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Perú, Venezuela, Colombia, México o EEUU 🤯
Aunque, como indica ese 81%, lo más probable es que lo hagas desde España. Si es así, habrás entendido a la primera el título de esta edición.
Durante el día de ayer, en nuestro país sufrimos un apagón sin precedentes. Durante horas, unas once o doce en mi caso, la inmensa mayoría de los ciudadanos se enfrentaron a la caída de la red eléctrica: no había luz en casas ni comercios, tampoco funcionaban las comunicaciones y el tráfico se convirtió en un absoluto caos.
No estábamos preparados para algo así.
A lo largo de estos años, mis viajes y largas estancias por África han moldeado una forma de ser, pensar y actuar bien diferente a la que tenía anteriormente. Pienso, desde tiempo atrás, que las sociedades más avanzadas se están convirtiendo, precisamente, en sociedades atrasadas. Somos esclavos del confort.
Cualquier circunstancia que se salga de lo normal nos sobrepasa con tremenda facilidad: unas horas sin electricidad son suficientes para vaciar supermercados, colapsar carreteras y saturar las líneas de servicio para emergencias. Aunque no podemos culparnos de ello: no sabemos vivir de otra manera.
Estoy convencido de que, a pesar de no abrir telediarios ni periódicos, la reacción ante esta situación ha debido ser bien distinta en las zonas rurales. Y eso me lleva a enlazar con África.
“Así construía mi abuelo en el campo”, me ha llegado a decir más de un lector durante estos años. Se refieren a la manera de construir que tenemos en Uganda, aunque lo que realmente me están diciendo es que “África” no es tan diferente de lo que fue España (y otros muchos países, claro) hace varias décadas. No obstante, mientras unos han evolucionado en el desarrollo de las tecnologías, otros han quedado atrás.
Pero, ¿es quedarse atrás realmente un atraso? En muchas cosas, obviamente sí. En otras, sin duda, no.
Durante mi primer viaje por el continente negro, pasé dos meses en una isla perdida en mitad del Lago Victoria. Allí estuve sin electricidad durante ocho días. ¿Cambió mucho mi día a día? La verdad es que no. ¿Sensación de caos o agobio? En absoluto. ¿Recursos para hacer vida normal y salir adelante? Todos los habidos y por haber, y absolutamente nadie que no supiera llevarlos a cabo.
Si el corte de suministro eléctrico hubiese durado un día más, en España tendríamos que haber activado una emergencia nacional. Es lógico que hagamos uso de las herramientas que tenemos a nuestro alcance, pero da miedo pensar en lo vulnerables que nos hemos convertido. Evidentemente, no me cambiaría por Uganda. Y sé de lo que hablo, pues paso la mitad de mi vida allí desde hace unos años. Pero sí haría un llamamiento a plantearnos las cosas desde una perspectiva diferente, a ser menos dependientes del confort.
Valoremos lo que significa una ducha caliente, poder comunicarnos con nuestros amigos y familiares a golpe de click, pulsar un interruptor y que se haga la luz. Hemos normalizado cosas que para nada deberían serlo. La vida que tenemos en la mayoría de hogares desde donde escribimos o leemos esta newsletter es un auténtico milagro.
Hace dos días, cuando esta situación resultaba inimaginable, lancé con mucha ilusión un nuevo taller de arquitectura y cooperación en Uganda para este verano. Lo he hecho para una lista prioritaria de interesados que tienen hasta el viernes a las 23:59 para reservar su plaza. A partir de ese momento, siempre que queden plazas disponibles, te lo comentaré a través de un correo como este y en el resto de redes sociales.
Por si quedaba alguna duda, Uganda tiene mucho que enseñarnos. ¿Quieres aprovechar la oportunidad? Es ahora 🧡